El discípulo Pedro fue un hombre de
gran fe. Pero como sabemos, su estilo
impetuoso lo llevó a veces a cometer
errores humillantes. Más de una vez, este
discípulo tuvo que ponerse la etiqueta de
“fracasado infeliz” en vez de la de “siervo
obediente”.
Todos nos identificamos con esto cuando
se trata de no estar a la altura de las expectativas.
La obediencia a Dios es un proceso
de aprendizaje, y el fracaso es parte de
nuestro desarrollo como siervos humildes.
Cuando nos rendimos a la tentación o nos
rebelamos contra Dios, nos damos cuenta
de que las recompensas por el pecado son
pocas, y que aun éstas son efímeras.
El fracaso es una excelente herramienta
de aprendizaje, como bien podría confirmar
Pedro. Por medio de ensayo y error, descubrió
que debemos ser humildes (Jn 13.5-14);
que los caminos de Dios son más altos que
los del mundo (Mr 8.33); y que uno nunca
debe apartar su mirada de Jesús (Mt 14.30).
Pedro tomó muy en serio estas lecciones,
y por eso vio fortalecida su fe. ¿No es eso
romanos 8.28 en acción? Dios aprovechó
los fracasos de Pedro como material de
capacitación, porque el discípulo estaba
deseoso de madurar y servir.
Dios no recompensa la rebeldía ni el
pecado. Pero bendice a los que optan por
el arrepentimiento, y aceptan la corrección
como una herramienta para el crecimiento.
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