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bendiga

jueves, 26 de abril de 2012

La vida crucificada con Cristo


La sorprendente ruta de Dios a la libertad


Por Charles Stanley
Permítame presentarle a Sara, una mujer que recibió a Cristo cuando era niña, y que ha tratado de caminar con Él desde entonces. A pesar de que asiste fielmente a la iglesia y sirve al Señor de diversas maneras, tiene un problema que la ha acosado durante los últimos veinte años. Es un pecado que no puede controlar. Cada mañana, comienza el día con la promesa de no ceder a la tentación. Pero en la noche baja la cabeza avergonzada y otra vez confiesa su fracaso al Señor. Estos pensamientos siguen fluyendo en su mente: ¿Por qué no puedo vencer esto? ¿Qué pasa conmigo? Pensé que la vida cristiana era diferente. Esta situación es muy común para muchos creyentes. Sara tiene razón en una cosa: esta no es la manera como el Señor quiere que vivamos.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado”, escribió el apóstol Pablo, “y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá 2.20).
Tal vez usted haya escuchado este versículo antes. E incluso, lo haya memorizado, pero ¿lo está viviendo? Puesto que esta es la clave de la vida cristiana fructífera, necesitamos encontrar la manera de ponerla en práctica.
¿Qué significa estar crucificado con Cristo?
Antes de recibir a Cristo como Salvador, estábamos gobernados por la naturaleza de pecado. Pero, cuando recibimos a Cristo, la autoridad del pecado sobre nosotros fue destruida. Aunque todavía tenemos el mismo cuerpo, Jesús vive en nosotros por medio del Espíritu Santo. Lo que no podemos hacer con nuestras propias fuerzas, el Espíritu lo hace por nosotros cuando nos rendimos a Él (Ro 8.3, 4). La victoria sobre el pecado se logra al permitir que el poder de Cristo fluya en nosotros.
¿Qué sucede cuando vivimos crucificados con Cristo?
Nuestra identificación con la muerte y la resurrección de Jesús es la respuesta a cada lucha que enfrentemos. De manera que, cuando aceptamos realmente por fe que Cristo vive a través de nosotros, cada aspecto de la vida será transformado.
Una nueva lealtad a Dios. Una vez que somos salvos, la vida no gira más alrededor de nuestros intereses, placeres y deseos. Jesús es ahora nuestro dueño. Aunque a menudo nos resistimos a la idea de ceder el control, rendir nuestra voluntad al Señor es una de las decisiones más liberadoras que tomaremos en toda la vida, porque Dios asume toda la responsabilidad en cuanto a nuestras necesidades, si lo obedecemos. O nuestra vida está descansando en las manos todopoderosas del Señor, o está descansando en las nuestras. ¿Quién cree usted que es más capaz de sostenerla?
Una tranquila dependencia. Cuando permitimos que Cristo gobierne en nosotros, nuestra manera de manejar las presiones de cada día cambiará. Aunque es posible que Dios permita que sigan las dificultades, Él nunca quiere que seamos aplastados por ellas. En un pequeño libro titulado Ellos encontraron el secreto, descubrí un maravilloso ejemplo de cómo Hudson Taylor, un misionero en la China, fue transformado cuando dejó que Cristo llevara su carga. Se sentía abrumado por las responsabilidades y los problemas de la misión.
Pero un amigo le preguntó: ¿Está Jesús preocupado por todas estas cosas? Le recordó a Taylor que cuando la vida de uno se convierte en la de Cristo, el creyente ya no tiene razón para angustiarse, porque nada es demasiado grande para que Jesús no pueda manejarlo. Cuando Taylor reflexionó en estas palabras, y dejó que Cristo viviera a través de él, fue transformado. A pesar de que las circunstancias difíciles continuaron, en lugar de reaccionar con ansiedad, confiaba en el Señor y descansaba en Él.
Tal vez una buena manera para determinar si está dejando que Cristo viva a través de usted, es que examine su forma de manejar las cargas. ¿No cree que Jesús ya sabe todo lo que se necesita para vivir en este mundo, con todas sus responsabilidades y tensiones? ¡Por supuesto que lo sabe! (He 4.15, 16). Es por eso que nos invita a venir a Él y tomar su yugo, para hallar descanso para nuestras almas (Mt 11.29). Recuerde que la paz que usted necesita no depende de las circunstancias. Puesto que el Espíritu Santo vive dentro en cada creyente, la paz se tiene fácilmente si decidimos apropiarnos de ella por fe (Gá 5.22, 23).
El poder de la resurrección. Quienes participan de la vida crucificada con Cristo, experimentan una nueva vida. El poder sin límites de Cristo fluye a través de su pueblo, para que puedan lograr todo lo que Él les ha llamado a hacer. Ya sean humildes o importantes nuestras tareas, Él nos fortalecerá para llevarlas acabo.
Sin embargo, en vez de depender de Él, muchas veces confiamos en nuestras capacidades y conocimientos. Pero todo lo que se logra con nuestras propias fuerzas viene a ser nada en la eternidad. Cada vez que usted piense que es capaz de hacer algo, sea humilde y confíe en el Señor. Y si una tarea le parece demasiado grande, láncese con fe a realizarla: pídale a Dios que Él actúe por medio de usted, y tenga fe en que lo hará.
La victoria sobre el pecado.El poder de la resurrección nunca es más evidente que cuando Cristo nos libera de la esclavitud del pecado. Cada vez que los creyentes somos engañados por las mentiras de Satanás y nos rendimos a sus tentaciones, el único recurso para ser libres es tomar nuestra propia cruz y negarnos a nosotros mismos (Mt 16.24).
Es fundamental entender que los creyentes andamos con el Todopoderoso viviendo en nosotros. No hay nada que Satanás pueda lanzarle, que Jesús no pueda vencer. Al decidir usted dejar que Dios maneje la tentación, experimentará la victoria del Señor. Tratar de luchar en sus propias fuerzas terminará en fracaso. Pero si usted confía en Cristo, Él vendrá pronto en su ayuda con su poder, para darle la victoria sobre cualquier tentación que esté enfrentando.
La estabilidad en su andar cristiano. A pesar de que la vida está llena de altibajos, no tenemos que vivir en una montaña rusa de victorias y derrotas. Al dejar que Cristo viva a través de nosotros, nuestra alma no es gobernada por las circunstancias, sino por Aquel que vive dentro de nosotros. Si usted pone en actividad la vida que Jesús le ha dado, Él le dará la estabilidad que va más allá de las situaciones a su alrededor.
¿Cómo vivo crucificado con Cristo?
Hay dos aspectos de nuestra identificación con la muerte y la resurrección de Cristo: hemos muerto al pecado y resucitado a una vida nueva. Sin embargo, la experiencia real de esta verdad dependerá de que pongamos en práctica nuestra cooperación con Cristo.
Tome su cruz cada día. Vivir la vida crucificada con Cristo no es una decisión de una sola vez, sino la práctica permanente de tomar la cruz cada día para seguir a Jesús (Lc 9.23). Minuto a minuto, usted debe elegir esta difícil pero santificadora actitud, para obedecerle.
Reconozca su insuficiencia. Los creyentes que se han rendido al Señor Jesús, se dan cuenta de que no pueden experimentar la vida cristiana sin su ayuda. Todos nuestros nuevos esfuerzos para cambiar y mejorar, resultan solo en fracaso. Esto es así, porque el viejo yo jamás puede ser mejorado. La solución está en crucificarlo y dejar que Cristo viva en nosotros. Él es nuestra única esperanza para tener una vida fructífera y victoriosa.
Pídale a Dios que venza las áreas de derrota continua. ¿Qué hábitos o prácticas controlan su vida? Dios quiere que usted tenga la victoria, y Él le ha dado todo lo que necesita para ser libre en Cristo. Si está luchando en un área particular hoy, haga la siguiente oración, y observe lo que Dios hará en su vida.
Padre celestial, por la autoridad de tu Palabra, he sido crucificado con Cristo y resucitado a una vida nueva. Acepto esto por fe, y hoy elijo morir a ese pecado que me domina. El poder del pecado ha sido destruido, y ya no me controla. Voy a dejar hoy que el Señor  Jesucristo se encargue de esto que me derrota. Por fe, haré uso de la vida y el poder que me pertenecen en Cristo.
 

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